Guatemala late al ritmo de una historia milenaria, un país que te invita a explorar su legado ancestral, sus paisajes vibrantes y una cultura, que sigue floreciendo entre volcanes y selvas
Guatemala es un país que atrapa desde el primer instante. Durante 15 días, recorrimos sus paisajes de postal, desde los imponentes volcanes hasta los pueblos llenos de color, donde la historia y la cultura maya siguen vivas en cada rincón. Navegué por el mítico Lago de Atitlán, me perdí entre las calles empedradas de La Antigua, exploré las majestuosas ruinas de Tikal, pateé sus mercados llenos de colores y descubrí la calidez de su gente, siempre dispuesta a compartir sus historias y tradiciones.
Cada día en Guatemala fue una sorpresa. En este artículo, te cuento mi itinerario, los mejores lugares que visité y los momentos inolvidables que viví en este rincón mágico de Centroamérica.
Indice del articulo
Guatemala, ubicada en el corazón de Centroamérica, limita con México, Belice, Honduras y El Salvador y cuenta con costas en el océano Pacífico y el mar Caribe. Es un país de gran diversidad geográfica, con imponentes volcanes, selvas tropicales y lagos impresionantes como el de Atitlán. Su historia está marcada por la civilización maya, cuyos vestigios aún pueden explorarse en sitios arqueológicos como Tikal. Además, su cultura es una fusión apasionante de tradiciones indígenas y herencia colonial española, reflejada en su gastronomía, festividades y alegres mercados.
Previamente habíamos contratado mediante la agencia Maya Zone, un circuito diseñado a nuestro aire. No queríamos dormir cada noche en un sitio y que el viaje se convirtiera en una pesadilla. Más bien queríamos un slow travel.
Apenas aterrizamos en Guatemala, nuestro guía de la agencia ya nos esperaba con una sonrisa. Con las maletas listas y el espíritu aventurero pusimos rumbo a La Antigua, esa joya colonial que tanto habíamos soñado. Pero al llegar nos topamos con un espectáculo inesperado: una procesión había tomado las calles y el tráfico estaba colapsado.
La espera de una hora y media se hizo larga, pero nos sirvió para empaparnos del ambiente festivo y contemplar la belleza de la ciudad, con sus calles empedradas y balcones llenos de flores.
Por fin llegamos a nuestro alojamiento Portanova un hotel colonial, encantador, compuesto por varios edificios históricos. Nuestra habitación tenía el curioso nombre de Raimundo. Para dar inicio oficial a la aventura, nos recibieron con un copa de bienvenida, lo que marcó el preámbulo perfecto para descubrir uno de los rincones más mágicos del hotel: su bar. Ahí probamos nuestro primer, cóctel en Guatemala, un exquisito maracuyá que nos dejó con ganas de más.
Antigua es la joya colonial de Guatemala, famosa por sus calles, adoquinadas, coloridas casas, ruinas de iglesias y vistas impresionantes al volcán del Agua.
Fue la capital del reino de Guatemala hasta el siglo XVIII, cuando un terremoto la dejó en ruinas, pero su encanto sigue intacto. Hoy es Patrimonio de la Humanidad. Tuvimos la suerte de que era cuaresma y pudimos asistir a las procesiones de Semana Santa, cuando las calles están alfombradas de aserrín y decoradas con flores y hortalizas. Es verdaderamente una maravilla.
Llegamos a la plaza central, que es donde confluyen todas las calles: norte, sur, este y oeste. La ciudad es un cuadrilátero perfecto, en el que todas las calles están perfectamente señalizadas.
La plaza es una preciosidad, con arcos soportados muy bonitos, allí están los principales edificios del gobierno como el Ayuntamiento y todos los organismos derivados de él. La catedral de San José es la que preside esta preciosa explanada.
Vamos por la Avenida Norte hacia el Arco de Santa Catalina que queda al fondo del convento del mismo nombre, ahora está todo totalmente derrumbado.
Visitamos el Convento de la Merced, vale 35 Q. Ascendemos dos pisos con tramos de 15 escaleras cada uno. Subimos a la terraza principal, donde se ve el relieve de las cúpulas, que parecen pequeños túmulos. Las vistas son soberbias, desde ahí podemos contemplar el Volcán del Agua
Nos dirigimos al Convento de los Capuchinos, pero no lo visitamos porque el museo está cerrado y por dentro está todo muy ruinoso.
Paramos en el Café Condesa, que es un agradable sitio turístico, pero con varias dependencias, tomamos una cerveza muy fría, marca Gallo que vale 30 Q con propina.
Seguimos hasta la iglesia de San Pedro Apóstol, el exterior es muy parecido al de la Merced, por fuera amarillo con toques blancos.
Llegamos a los Tanques de la Unión que son un conjunto de lavaderos públicos, construidos en el siglo XIX. Servían como lugar de encuentro para las mujeres que lavaban ropa, combinando lo práctico con lo social.
Continuamos con las iglesias y esta vez nos encontramos con la iglesia de Santa Clara también está un poco decadente, aunque por fuera es preciosa, de la orden de las Clarisas. Muy cerca, está la de San Francisco, otra bonita iglesia.
Cambiamos de tercio y vamos al Monte de las Cruces en un taxi Uber, i/v vale 60 Q. El taxista nos espera como una hora. No es tan fácil llegar, pues primero hay que bajar por una cuesta y luego ascender por otra carreterita, al final las escaleras nos sorprenden, se tarda ida y vuelta unos 20 minutos.
Desde el Monte de las Cruces, se divisa toda la ciudad, aunque no tenemos mucha suerte, la puesta de sol no es la mejor de todas, las nubes asoman indecisas.
Para completar este intenso día cenamos en Casa Escobar. Un lomito con guarnición de patatas y guacamole mas una copa de vino tinto, cuesta 250 Q, la propina está incluida.
Para completar nuestra estancia en La Antigua, se nos ocurrió hacer un curso de cocina, llegamos en un tuk tuk hasta el barrio de Santa Ana , donde la chef María nos esperaban con todos los ingredientes preparados, para cocinar estos platillos típicos de Guatemala. Lo mejor fue, que lo hicimos a la manera antigua, o sea como lo hacían sus abuelas.
Yo me impliqué totalmente, haciendo todos los pasos que Maria me iba diciendo. Preparamos tamales y pepián (guiso de pollo, vegetales y caldo). El pepián es la comida más típica de Guatemala y un poco complicada de realizar, pero todo salió exquisito.
En el jardín de la casa, nos tomamos todos juntos esta deliciosa comida típica y hecha por mí
Con nuestro conductor Mario y nuestro flamante van nos dirigimos por la carretera interamericana al recinto arqueológico de Iximché. La entrada vale 50 Q.
Iximché fue la capital del reino kaqchikel en el Altiplano de Guatemala y es una de las ruinas mayas más importantes del país. Se encuentra en el departamento de Chimaltenango, cerca de la ciudad de Tecpán
Las ruinas incluyen plazas ceremoniales, templos piramidales, juegos de pelota y palacios. Hoy en día, es un sitio arqueológico abierto al público y sigue siendo un lugar sagrado para los mayas kaqchikeles, quienes realizan ceremonias allí.
Tuvimos la suerte de asistir a una ceremonia ancestral, que es un ritual espiritual, basado en las creencias y tradiciones de los pueblos mayas, en el que se honra a los dioses, los ancestros y las fuerzas de la naturaleza. Estas ceremonias se realizan en lugares sagrados como montañas, cuevas, cenotes o sitios arqueológicos, y son guiadas por un Ah Kin (guía espiritual o sacerdote maya).
El lago Atitlan considerado uno de los más bellos del mundo, según Aldos Housley. Se encuentra rodeado por pintorescos, pueblos indígenas y tres majestuosos volcanes: Atitlán, Tolimán y San Pedro. Su origen es volcánico formado hace miles de años tras una gran erupción, que dejó una caldera gigantesca, la cual se llenó de agua con el tiempo
En el lago Atitlán nos quedamos en el pequeñito municipio de Panajachel, desde ahí hacemos las diferentes excursiones, todas en lancha, es la única manera de llegar a los diferentes pueblecitos.
Panajachel, digamos qué es la entrada al lago. La calle Santander es la calle principal que atraviesa el pueblo del noroeste al sureste. Esta muy animada, con muchas tiendas de artesanía y varios restaurantes.
Nos hospedamos en el encantador Hotel Dos Mundos, un rincón escondido que nos hace sentir en una isla tropical. Nuestro bungalow, con vista directa a la piscina, es un oasis de tranquilidad. Al caer la tarde, sumergirse en el agua tibia, mientras el cielo se tiñe de tonos dorados, es un auténtico placer.
Con energía renovada, salimos a explorar el pueblo. Es pequeño, discreto, sin grandes pretensiones, pero su verdadero tesoro no está en sus calles, sino en su horizonte. El lago te roba toda la atención, con su inmensidad azul y el reflejo hipnótico de los volcanes, que lo custodian. Aquí, la belleza no está en lo que se ve, sino en lo que se siente.
Recorremos la animada calle Santander, un pasaje vibrante donde el bullicio de viajeros y locales se mezclan con el aroma del café recién molido y los colores vivos de la artesanía. Al llegar al muelle, nos detenemos un instante. El lago brilla con un azul profundo, y desde aquí zarpan las lanchas que conectan con los distintos rincones de este paraíso acuático.
Después de admirar su belleza serena, nos dirigimos al bar Sunset, el lugar perfecto para despedir el día. Nos acomodamos con un cóctel en mano y, justo cuando el sol comienza a descender, el espectáculo se inicia: los volcanes recortan su silueta contra un cielo en llamas, reflejados en las aguas tranquilas. Es un instante mágico, de esos que se graban en el alma.
El ron Zacapa con Coca-Cola, nos llevó a una especie de paraíso.
Al día siguiente nos dirigimos al embarcadero, dónde tomamos una lancha, para visitar los principales pueblecitos que hay alrededor del lago. La travesía no puede ser más espectacular, a nuestra izquierda quedan los volcanes, que se superponen unos sobre los otros. Después de una hora llegamos a San Juan la Laguna.
San Juan La Laguna es un encantador pueblo a orillas del lago Atitlán, conocido por su ambiente tranquilo, arte colorido y fuerte identidad indígena tzutujil. Destaca por sus cooperativas de mujeres tejedoras, su producción de café orgánico y murales brillantes, que reflejan la cosmovisión maya. Es ideal para quienes buscan una experiencia cultural auténtica y cercana a la naturaleza.
Entre las calles pintadas de colores, descubrimos al antiguo alcalde de San Juan La Laguna, que según dicen los autóctonos, fue una persona muy buena y honesta.
Visitamos una una fábrica de textiles, otra de chocolate, una asociación de plantas medicinales y una granja de abejas, que fue todo una experiencia fascinante. Sobre las abejas aprendimos su organización, el proceso de producción de miel y su importancia para el ecosistema. Me sorprendió lo trabajadoras y esenciales que son para la vida en la Tierra.
Tomamos de nuevo la lancha para ir a Santiago Atitlán que es uno de los pueblos más grandes y tradicionales del lago Atitlán, ubicado entre los volcanes San Pedro y Tolimán. Es el corazón del pueblo tzutujil y conocido por su fuerte espiritualidad.
Con un tuk tuk visitamos la villa, ya que algunas calles eran muy empinadas, llegamos al mirador desde donde las vistas son espléndidas, al lago y al volcán San Pedro. Vemos el parque de la Paz donde hay un lavadero público.
No se nos pasó por alto la casa de Maximón, (San Simón) un recinto entre maya y católico que alberga la figura sagrada y enigmática y donde se hacen ritos ancestrales.
De nuevo en el barquito para ir a Santa Catarina Palopó
Este encantador pueblo es reconocido por sus coloridas fachadas, resultado de un proyecto comunitario que busca preservar y promover la cultura local a través del arte.
Visitamos su iglesia, talleres de artesanía y algunas galerías de arte. Nos perdimos por el imbricado de sus callejuelas empinadas, repletas de luz y pinturas.
El mercado de este pequeño pueblo es el escenario ideal para mirar la sorprendente cultura maya viva. Es considerado el mercado más grande de toda la región y famoso por su gran colorido y por la diversidad de productos que se pueden adquirir, desde vegetales flores, artesanías y hasta animales de corral.
Aparte del mercado visitamos la iglesia de Santo Tomás, con retablos que datan del siglo XVII y piezas de la imaginería guatemalteca. Aquí fue donde se encontró el libro sagrado de los mayas: El Popol Vuh qué más que un libro, es un manuscrito plegable, hecho de corteza de árbol y papel amate. Es una de las obras más importantes de la literatura mesoamericana.
Me impresiona ver a la gente tan religiosa, de todas las razas y culturas.
A continuación subimos al Calvario, situado enfrente de la iglesia y separadas ambas por la plaza principal, es un lugar emblemático, al que acuden miles de fieles.
Después de subir 30 escaleras nos encontramos con el Cementerio municipal, reconocido por su colorida apariencia. Las tumbas y mausoleos están pintados en una variedad de tonos brillantes, cada uno con un significado especial.
El blanco está asociado a la pureza, el turquesa está destinado a las madres y representa protección, el amarillo simboliza la energía de sol y se usa para los abuelos y el rosa y azul celeste son colores asignados a las niñas y niños, respectivamente.
Estuvimos un buen rato, descifrando todos esas gamas y las inscripciones en las lápidas.
También asistímos a una ceremonias mayas, donde los chamanes realizan rituales con incienso y copal. Como ya he dicho antes, es un compendio de tradiciones.
Según la revista Nacional Geográphic, el cementerio de Chichicastenango es considerado uno de los más coloridos del mundo.
Quetzaltenango o Xela
Continuamos por la carretera interamericana y después de dos horas y media llegamos a la ciudad de Xela. No es la ciudad más bonita de Guatemala, pero he de reconocer que tiene algunas cosas interesantes. Es un buen punto para visitar las zonas de alrededor.
El Centro es la plaza de Centroamérica, una plaza alargada y donde se ubica los principales edificios como la Municipalidad y la Catedral, que tiene dos fachadas.
El teatro Roma, de estilo neoclásico, cobra protagonismo en esta ciudad, que apuesta por una variedad de eventos desde óperas, conciertos y presentaciones de danza.
Es sábado, hay una feria, ya que es cuaresma y todo está muy animado. Vemos una procesión, me llama la atención la vestimenta de los niños, van increíblemente impecables.
Por la noche asistimos a una manifestación de estudiantes de la Universidad San Carlos, es entre seria, satírica y humorística, aunque todos los estudiantes van tapados, no quiere que se le reconozca. En sus cantos critican al gobierno a los periodistas a la televisión, en fin y a todo aquel que tenga algo, que ver con la vida del país y que no lo haga bien.
Me meto de lleno en la manifestación, con un poco de miedo, aunque mi objetivo era filmar, la música y el ambiente están a tope, me empujan. En ese momento sé que me tengo que ir.
Al día siguiente, partimos muy temprano para visitar los alrededores de Xela: Almolonga y Zunil
A solo 10 kilómetros de Quetzaltenango se encuentra uno de los secretos mejor guardados del altiplano guatemalteco: Almolonga, conocida como “La Huerta de América” Almolonga se ha hecho famosa por su impresionante producción agrícola. Aquí, las zanahorias pueden medir más de 60 cm, los repollos parecen balones de fútbol, y todo crece en abundancia gracias a la fertilidad de su tierra volcánica. Un paseo por el mercado es como entrar a una exposición de verduras gigantes —un festín para la vista y para la cámara.
Aparte de la fertilidad de las tierras, entra en juego la implementación de técnicas modernas del cultivo y fertilización.
Las mujeres aún siguen vistiendo el traje tradicional maya, especialmente el huipil y la corte.
Damos un paseo por un camino donde a un lado y a otro hay muchas plantaciones con las diferentes hortalizas. Vemos a los agricultores, pulverizándolas con un preparado que esta hecho de ajo y chiles picantes, es un insecticida natural.
Seguimos nuestra excursión a Zunil, otro de los encantadores pueblos del altiplano, rodeado de montañas y volcanes. El volcán Santa María se alza majestuoso emitiendo fumarolas, que se ven a lo lejos, formando una neblina.
Zunil es famoso por su fuerte religiosidad, aquí también se venera a la imagen de San Simón. La iglesia de Santa Catalina de Alejandría domina el centro. Antes era de diferentes colores, aunque ahora es amarilla y blanca, que es el que marcaba la época colonial.
Vamos ascendiendo hasta las Fuentes Georginas, que son unas piscinas de aguas termales azufradas, que provienen del volcán. Están ubicadas en medio del bosque nuboso. Son perfectas para relajarse.
En el altiplano occidental de Guatemala, a pocos minutos de Quetzaltenango, se encuentra un rincón que parece salido de un sueño: San Andrés Xecul. Un pequeño pueblo k’iche’ que guarda una de las iglesias con más tonalidades y sorprendentes de toda América Latina.
La iglesia principal de San Andrés Xecul no pasa desapercibida. Su fachada, pintada de amarillo intenso y adornada con santos, ángeles, flores y jaguares mayas, es una explosión de emociones y simbolismo.
Es un claro ejemplo del sincretismo guatemalteco, donde dos mundos , el ancestral y el colonial se entrelazan.
Por una cuesta muy empinada, llegamos al Calvario con el mismo nombre y colores de la iglesia. Los rituales mayas están por todas partes.
Ponemos dirección norte, con destino a Quirigua, pasamos por la Ciudad de Guatemala, dejando atrás el bullicio de la capital guatemalteca, pero no paramos. Teníamos un largo recorrido. La carretera tiene muchas curvas y a un lado y a otro vemos montañas de obsidiana. Hay mucho tráfico, y vamos un poco retrasados.
Cruzamos el río Motagua, ese mismo que siglos atrás fue una arteria vital del comercio maya. Lo imagino cargado de canoas, de obsidiana y cacao, de historias que se deslizan con la corriente, que aún recordarán sus antepasados.
La carretera se retuerce como una serpiente entre cerros que parecen hechos de jade. A cada curva, el paisaje se abre como una ventana distinta: montañas imponentes, palmas que saludan al viento, y camiones que avanzan con paciencia entre el tráfico. Hay una sensación de movimiento constante, como si la misma tierra nos empujara hacia el pasado.
Después de unas cuatro horas de viaje y mil pensamientos, el verde se vuelve más profundo, y de pronto, el cartel: Parque Arqueológico Quiriguá. Llegamos. La aventura apenas comienza.
Quiriguá es famosa por tener las estelas más altas de toda la civilización maya. La Estela E, por ejemplo, mide más de 10 metros y pesa más de 60 toneladas. Estas estelas son verdaderas obras maestras talladas en piedra, cubiertas de glifos y figuras que narran eventos históricos, conquistas y la vida de los gobernantes.
El parque arqueológico está rodeado de una vegetación tropical exuberante, lo que le da un ambiente selvàtico, además es muy fácil de recorrer porque está bastante señalizado.
Desde 1981, Quiriguá forma parte del Patrimonio Mundial de la Humanidad.
La entrada vale 80 Q.
Después de despedirnos de las estelas milenarias de Quiriguá, retomamos la carretera. Una intensa lluvia comenzó a caer y unos oscuros nubarrones empezarron a ponerse detrás de las montañas. El paisaje iba a cambiar: el verde se hacía más húmedo, más intenso y el aire traía ese olor inconfundible a río y a jungla. Íbamos rumbo a Río Dulce, esa joya tropical donde el agua y la selva se abrazan.
Pasamos por el puente más largo de Centroamérica alrededor de 1 km de ancho.
Pero antes de que el espíritu se llenara de paisajes, el estómago nos reclamó su parte. El hambre ya no era sugerencia, era exigencia. Así que decidimos hacer una parada estratégica en busca de un buen sabor local.
Nos recomendaron un lugar llamado “El Viajero”, y no pudimos resistirnos al nombre (como buenos viajeras que somos). Allí, entre mesas de madera, techos de palma y una brisa que venía desde el río, nos tomamos el plato típico de la región: el tapado.
No se trataba de cualquier comida. El tapado es una especie de cazuela de mariscos cocinada con plátano, leche de coco y especias, que despiertan todos los sentidos. En una sola cucharada se mezclan los sabores del Caribe, el calor de la selva y la tradición garífuna. Camarones, jaiba, pescado y caracol nadaban en ese caldo dorado y fragante, como si supieran que estaban protagonizando una obra maestra.
En el embarcadero de Río Dulce un lanchero nos lleva a nuestro bungalow que estaba situado en la orilla de enfrente. Es el Tortuga Boutique River Lodge, precioso y acogedor con senderos de madera para adentrarte en la verde frondosidad.
Río Dulce, en el departamento de Izabal, es uno de los secretos mejor guardados de Guatemala. Este río conecta el Lago de Izabal con el Mar Caribe, serpenteando entre paredes de roca y jungla tropical, allí el canto de aves exóticas y el murmullo del agua crean una atmósfera misteriosa.
Al día siguiente con nuestro lanchero Leo y las maletas listas hacemos una excursión de unas dos horas. El cielo amenazaba lluvia, pero no se llegó a materializar.
En el recorrido por Río Dulce retrocedemos en el tiempo y pasamos junto al imponente Castillo de San Felipe, una antigua fortaleza donde habitaron los españoles, cuya misión era custodiar la entrada al Lago Izabal, el más grande de Guatemala y el segundo en tamaño de toda Centroamérica.
Mientras avanzamos por el agua, el paisaje cobra vida: corzas y cormoranes se posan como centinelas en las copas de los árboles, vigilando el río con elegancia salvaje. Luego, como salido de un sueño, aparece el jardín acuático, donde los nenúfares florecen en tonos rosados, amarillos y blancos. Estas delicadas flores se cierran al anochecer y despiertan con los primeros rayos del sol.
Seguimos navegando y nos detenemos en el vivero de iguanas, un rincón escondido donde estos reptiles descansan entre ramas y sol. El río se ensancha y nos recibe el Golfete, una extensión serena y majestuosa de agua. Poco después, llegamos a la Isla de las Aves, hogar de cientos de especies que llenan el aire con su canto. A ambos lados, los manglares se entrelazan, como si escoltaran el corazón verde de Río Dulce.
Las casas de madera construidas a lo largo del río y muchas con embarcaderos privados, le dan un toque pintoresco al trayecto. De repente entramos al cañón de Río Dulce, una maravilla natural donde las paredes cubiertas de vegetación se elevan a nuestro alrededor y el silencio solo es roto por los sonidos de la espesura.
En un punto inesperado, las aguas se tornan cálidas: aquí brotan fuentes termales de origen volcánico, un regalo natural que sorprende y encanta. Tras unas dos horas de travesía, desembarcamos en el divertido y animado pueblo de Livingston, donde la cultura garífuna, el mar Caribe y la alegría de su gente nos dan la bienvenida.
Livingston es un rincón único de Guatemala, allí el Caribe se mezcla con la cultura garífuna, el reggae suena en cada esquina y los sabores afrodescendiéntes conquistan el paladar. Solo se llega por agua.
Nos subimos a un tuk tuk que zigzagueaba entre callejuelas llenas de sabor local, y nos dejamos llevar por la curiosidad, descubriendo cada rincón como si estuviéramos hojeando un libro vivo.
El camino nos llevó hasta la famosa Playa Negra, un paraíso de arena volcánica con vistas que quitan el aliento y un aire salado que invita a quedarse. Más tarde, bajamos al puerto, donde el alma garífuna se siente a flor de piel: música, sonrisas amplias y una energía que contagia. Sin duda, Livingston se vive, se siente… y se baila.
A las 9:30 del siguiente día, una lancha nos esperaba, flotando sobre el río para la próxima aventura. Zarpamos rumbo a Playa Blanca y durante unos 45 minutos surcamos aguas tranquilas, rodeados de selva y cielo, hasta que apareció ante nosotros un pequeño muelle escondido entre palmeras, como la entrada secreta a un escondite del paraíso.
Al llegar, una pequeña tarifa de 35 quetzales nos abrió las puertas del edén… y además, venía con un cóctel de bienvenida en mano —frutal, fresco y perfecto para empezar el día con sabor caribeño.
Entre baños en aguas cristalinas y momentos eternos, en una pesada hamaca , nos dejamos llevar por la calma. Sin prisa, sin horario. Solo el sol, la brisa, y la playa acariciándonos el alma.
Desde el embarcadero del hotel, nos despedimos momentáneamente de las orillas del Livingston y nos lanzamos de nuevo a la travesía, rumbo a la mítica Isla de Flores. El río nos llevó suave, como si conociera bien el camino.
Tardamos una hora en llegar a Rio Dulce y allí nos esperaba Mario, para ir por carretera a la Isla de Flores
A lo largo del trayecto, entre la espesura verde que nos rodeaba, comenzamos a notar unas misteriosas elevaciones cubiertas de vegetación. No eran simples colinas: eran túmulos, tumbas que guardan bajo su manto verde los suspiros de civilizaciones pasadas. Se dice que allí descansan vestigios arqueológicos aún por descubrir, como si la selva estuviera protegiendo sus propios tesoros.
A un lado dejamos Belice, que se divisa entre montañas y a continuación ya estamos en el departamento de Peten.
Cruzamos una zona militar, son los kaibiles, una brigada de élite de fuerzas especiales.
Finalmente, llegamos a la Isla de Flores que se accede a través de un puente, ya que la isla está en medio del lago Petén Itzá. Un lugar que parece flotar entre recuerdos mayas y atardeceres de postal.
Nuestro hotel, Casa Amelia, resultó ser un verdadero hallazgo: un sitio con encanto justo a la orilla del lago. Las recientes inundaciones le daban un aire acuatico, como si el agua lo abrazara, convirtiéndolo en parte del paisaje. Al llegar, una cóctel margarita bien fría nos dio el recibimiento… y la estancia empezó con una tentación celestial.
Este pequeño islote es encantador, con calles adoquinadas, casitas de colores y un ambiente relajado, es la puerta de entrada al mundo maya y el punto de partida ideal para visitar Tikal.
Esa tarde la dedicamos a visitar la pequeña isla, abandonándonos a la intuición, allí los mapas sobran.
Al día siguiente después de dos horas por carretera y un tranquilo paseo en bote, nos acercábamos al legendario Cráter Azul.Navegamos por el arroyo Putxet, llamado así por un árbol imponente de raíces profundas que abrazan el agua. A cada lado, el paisaje parecía sacado de un sueño: nenúfares flotando, manglares enredados, árboles acuáticos… y entre ellos, tortugas y cocodrilos asomaban con calma.
Finalmente, como un secreto bien guardado, el Cráter Azul apareció ante nosotros: un remanso cristalino en medio de la selva.
Yo decidí no lanzarme al agua; en cambio, aproveché el momento para perderme entre los senderos, dejando que cada paso me contara un secreto.
Con Mauricio al frente, dejamos atrás la encantadora Isla de Flores y tras dos horas de carretera, llegamos a las puertas del majestuoso Parque Nacional Tikal. Aún nos esperaban 17 kilómetros más, por un camino irregular y mal asfaltado que parecía querer poner a prueba nuestra paciencia.
Ya dentro del recinto, un pequeño camión, nos llevó hasta el corazón del Parque. Solo bastó una propina amable y a cambio ganamos tiempo y energía para explorar las maravillas que nos esperaban.
El Parque Nacional Tikal es uno de los tesoros arqueológicos más impresionantes del mundo maya. Envuelto por la selva de Petén, alberga majestuosas pirámides, templos milenarios y una rica biodiversidad. Es Patrimonio de la Humanidad
Ocupa un área de 576 km² y sus lados miden 24 km de longitud. Tiene más de 4000 estructuras de diversa índole.
Las primeras evidencias de ocupación del sitio se remontan aproximadamente al año 800 a. C., las últimas construcciones encontradas corresponde al periodo clásico tardío, aproximadamente 900 d. C.
Estos 1500 años consecutivos de ocupación le dieron un alto desarrollo cultural, artístico, arquitectónico, urbanístico, matemático, astronómico, agrícola y comercial. Esto motivó la admiración de interés científico internacional
De las 4000 estructuras que hay en el parque las más importantes son
Las Plazas, eran el centro de la vida ceremonial y social. Destacan la Gran Plaza, flanqueada por templos y acrópolis, y la Plaza de los Siete Templos, conocida por su simetría y múltiples estructuras, como el triple juego de la pelota. Es el epicentro del sitio y lo más espectacular del conjunto arquitectónico de Tikal.
A 300 m de la Gran Plaza se encuentra, se encuentra la Plaza de la Gran Pirámide o Mundo Perdido, importante por la pirámide más antigua de Tikal.
En la Plaza Este, desembocan las calzadas Mendez y Maler, ahí esta el Mercado y Juego de la Pelota, aunque sin restaurar.
La Plaza Oeste no tiene edificios restaurados, solo estelas y altares lisos.
Los templos Imponentes y simbólicos, servían como tumbas de reyes y altares para rituales.
Los más famosos son:
Templo I (del Gran Jaguar): mausoleo del rey Jasaw Chan K’awiil I. Mide 45m de altura y fue construido hacia el año 700 d.C.
Templo II (de las Máscaras), se ubica frente al Templo I. El dintel tallado parece dedicado a la esposa de Sr. Cacao. Mide 37m de alto y data también del año 700 d.C.
Ascendimos a lo alto por unas escaleras de madera, hay alrededor de cien, pero fáciles de subir.
Pasamos por el Templo III, también llamado del Gran Sacerdote, que apenas se atisba, esta un poco camuflado. Cerca vemos el Palacio de las Ventanas, que era una zona residencial.
Templo IV o de la Serpiente Bicéfala, es el más alto de Tikal y de Mesoamérica con 70 m de altura. Remontamos por unas escaleras de madera, son doscientas y hay varios tramos de descansillos. Las vistas no pueden ser más bellas y espectaculares. La selva al fondo y los tres templos que de derecha a izquierda son el III, II y I. El templo V se vislumbra detrás de la montaña.
Aunque templos y pirámides a menudo se confunden, las pirámides eran estructuras escalonadas que servían como base para los templos. Representaban la montaña sagrada y la conexión entre el inframundo y los cielos.
Aparte de la Gran Pirámide, que ya he mencionado antes, tenemos el Complejo de las Pirámides Gemelas, compuesto por cuatro edificios, siendo dos de ellos pirámides truncadas, con escalinatas, en cada uno de sus lados.
Las Acrópolis son complejos arquitectónicos multifuncionales. La Acrópolis Central era un centro politico y residencial. Destaca el Palacio Cielo Tormentoso, el Palacio Maler y el Palacio de Cinco Pisos
La Acrópolis Norte, servía como cementerio y espacio ceremonial.
De regreso a la salida del parque vamos por el bosque, descubriendo gran variedad de árboles como cedros y caobas. Me llamó la atención el árbol de Ramon y el del chicle llamado zapote.
Consejos para visitar el parque nacional de Tikal
Llega temprano: El parque abre a las 6 a.m. y las primeras horas del día ofrecen temperaturas más agradables, menos turistas y la oportunidad de ver un espectacular amanecer sobre las ruinas.
Lleva efectivo: No aceptan tarjetas de crédito
Vístete adecuadamente: Usa ropa ligera, calzado cómodo para caminar, sombrero o gorra, y no olvides el repelente de insectos.
Lleva suficiente agua y snacks: Aunque hay servicios en la entrada, es mejor ir preparado, especialmente si planeas recorrer el parque durante varias horas.
Contrata un guía local: Ellos conocen a fondo la historia, la arquitectura y los secretos de Tikal. Te ayudarán a ver detalles que podrías pasar por alto.
Respeta el entorno: Tikal es Patrimonio de la Humanidad y también una reserva natural. Evita dejar basura y mantente en los senderos señalados.
No te pierdas el Templo IV: Es el más alto del sitio y ofrece una vista impresionante sobre la selva y otras estructuras mayas.
Como si las ruinas que ya habíamos explorado, no nos hubieran dejado lo suficientemente maravilladas, al día siguiente nuestra curiosidad viajera nos llevó a uno de los tesoros arqueológicos más importantes de Guatemala, aunque no tan conocido: el Parque Nacional Yaxhá. Enclavado en la mística selva de Petén, este sitio nos prometía otra dosis de historia, naturaleza y asombro.
Ya en Yaxhá tomamos una lancha que tarda 10 minutos en llegar al centro del parque. Desde el pequeño embarcadero ascendemos por unas escaleras que en un principio parecían inofensivas, pero poco a poco eran cada vez más. empinadas, es la Calzada del Lago.
Yaxhá se encuentra dentro del parque nacional, de Yaxhá Nakum Naranjo. Este antiguo centro ceremonial maya, cuyo nombre significa “agua verde-azulada, se extiende entre la densa vegetación y las orillas del lago que lleva su mismo nombre.
Menos visitado que su imponente vecina Tikal, Yaxhá ofrece una experiencia más íntima y espiritual: caminar entre sus pirámides, templos y calzadas es como adentrarse en una ciudad dormida.
Se ha identificado una ocupación desde el año 800 a. C. hasta 900 d. C. Su mayor apogeo fue cerca del año 750 d. C. Final del periodo clásico tardío
Visitamos la mayoría de los edificios: acrópolis, templos, pirámides, observatorios astronómicos y plazas ceremoniales. La ciudad tiene un trazado perfecto y nos movemos a través de las diferentes calzadas.
El templo 216 es uno de los más altos con una vista impresionante al lago Yaxhá, llamado también Templo de las Manos Rojas. En sus muros se encontraron dos impresiones de manos de color rojo.
No pudimos ignorar el ancestral Juego de Pelota del Palacio que se alza a lo largo de la Calzada Este. Parece que aún resuenan los ecos de los jugadores y el pulso sagrado del ritual.
Conocimos a una encantadora y divertida familia guatemalteca, que llenos de energía subían a los templos con una agilidad asombrosa. Mientras yo aún dudaba en los primeros escalones, ellos ya saludaban desde la cúspide.
El sol comenzaba a inclinarse y nos recordó que era hora de regresar. Tomamos la Calzada de las Canteras con la seguridad de quien conoce el camino… hasta que nos dimos cuenta de que íbamos en dirección contraria. Habíamos llegado al extremo opuesto del parque.
El cansancio nos pesaba en los pies, pero no en los ojos, que aún se asombraban al reencontrarse con las majestuosas estructuras, como si fuera la primera vez. Las escaleras, que horas antes subimos con entusiasmo, ahora se volvía un complicado descenso. Al llegar abajo, el lanchero y el lago nos esperaban.
Solo contábamos con una mañana para explorar la capital Ciudad de Guatemala, así que nos lanzamos a la aventura sin perder un minuto. Nuestro hotel quedaba algo alejado del centro, por lo que decidimos tomar un taxi que, que entre el bullicio del tráfico y las primeras luces del día, nos llevó directo al epicentro histórico: la Plaza de la Constitución. Allí, como centinelas del tiempo, nos esperaban los principales edificios que cuentan la historia de la capital guatemalteca.
Todo gira alrededor de la Plaza de la Constitución. Ahí te topas con el imponente Palacio Nacional, que fue sede del gobierno y hoy es casi un museo gigante, lleno de historia. Justo al frente está la Catedral Metropolitana, con su fachada elegante y sus campanas que parecen contar siglos de vivencias. A un costado está el Portal del Comercio, perfecto para tomarse algo y ver pasar la vida. Todo cerquita, todo lleno de vida y de ese aire chapín que te atrapa desde el primer momento.
A unas cuadras está el Mercado Central: un laberinto de colores, olores y sabores donde puedes encontrar desde textiles y artesanías, hasta un buen plato de comida típica que te hace sentir como en casa.
Nosotros caímos rendidos ante una señora que preparaba hilachas —un guiso de carne deshebrada buenísimo—, y mientras comíamos, nos contó que su receta viene de su abuela.
En nuestra vuelta al Hotel descubrimos la preciosa iglesia Yurrita Nuestra Señora de las Angustias
Fue construida a principios del siglo XX por una familia adinerada —los Yurrita— como un oratorio privado y se nota que no escatimaron en detalles.
Es una iglesia chiquita, pero con una fachada súper llamativa: mezcla estilos como el barroco, el neogótico y hasta detalles moriscos. Parece sacada de un cuento.
Nuestra última noche en el hotel, fue todo una sorpresa: una amiga de la Ciudad de Guatemala, que había hecho la especialidad de radiología en Málaga, vino a visitarnos. Entre copas de vino y muchas risas, disfrutamos de una velada inolvidable, llena de recuerdos y buena compañía.
La Antigua: Hotel Porta Nova
Hotel Palacio Chico
Lago Atitlán, Panajachel: Hotel Dos Mundos
Quetzaltenango: Hotel: Hotel Bonifaz
Rio Dulce: Tortugal Boutique River Lodge
Livingstone: Hotel Villa Caribe
Isla de Flores: Casa Amelia
La Antigua: Casa Escobar
Panajachel: Restaurante Doña Ana
Cafe Sunset, con vistas impresionantes al lago. Mejor solo copas
Quetzaltenango: Pollo Campero
Rio Dulce: El Viajero
Isla de Flores: Capitan Tortuga, la especialidad es el pescado blanco al vapor
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